La metáfora, la metonimia y la sinécdoque son tropos. Un tropo es una forma de cambio: en los tres casos existe un término o plano real (aquello que se significa) y un término o plano imagen (nuestra forma de verlo: lo que utilizamos para significar.) El lexema tropo lo encontramos en algunas palabras: heliotropo, fototropismo, entropía. En cuanto a la metáfora, su etimología también se encuentra en el griego: meta- (“más alla de”) y fora (“llevar”).
La metáfora es muy útil. Forma parte de nuestra forma de pensar, y nos permite hablar de algo por comparación, o más bien: identificación, con otra cosa más conocida. No es sólo una figura retórica: es, ante todo, una forma de pensamiento.
Tanto es así que a veces se lexicaliza (es decir: se incluye en el diccionario), y no percibimos la palabra como una metáfora. Ocurre, por ejemplo, cuando hablamos de “la falda de una montaña”, del “ratón de un ordenador”, o cuando “sacamos de quicio a alguien”.
La primera clasificación de la metáfora que encontramos es la diferencia entre metáfora pura e impura: en el primer caso, la metáfora aparece directamente;: en la segunda, aparecen tanto el término real como el imaginario.
Tanto es así que a veces se lexicaliza (es decir: se incluye en el diccionario), y no percibimos la palabra como una metáfora. Ocurre, por ejemplo, cuando hablamos de “la falda de una montaña”, del “ratón de un ordenador”, o cuando “sacamos de quicio a alguien”.
La primera clasificación de la metáfora que encontramos es la diferencia entre metáfora pura e impura: en el primer caso, la metáfora aparece directamente;: en la segunda, aparecen tanto el término real como el imaginario.
En la metonimia tenemos una relación de contigüidad, de posesión, de grado o proximidad, de pertenencia a un mismo grupo, especie... Existen muy diversas posibilidades: causa por el efecto, efecto por la causa, el continente por el contenido, el lugar de procedencia por el producto allí producido, una cercanía física, etc. Así, si decimos, “tienes que poner la mesa” hacemos una metonimia: no ponemos la mesa, sino que ponemos encima de ella lo que sea necesario para comer; si decimos “ya he hecho la cama”, no hemos hecho ni fabricado ninguna cama, sino que hemos arreglado las sábanas; podemos tomarnos "una copa", y lo que hacemos es beber lo en ella contenido; etc.
La sinécdoque es un tipo particular de metonimia: consiste en la substitución de la parte por el todo, o el todo por la parte. Si decimos, “España ganó a Holanda”, hacemos una sinécdoque. Cada país queda representado por una parte: la selección nacional. Si decimos, “el césped estaba en pésimas condiciones”, también. En ella, césped = campo de juego.
Para analizar una metáfora, metonimia o sinécdoque debemos, pues, examinar qué relación hay entre los términos real e imaginario: en el caso de la metáfora la razón (es decir: la relación) será de semejanza (y nótese: hay una cualidad en común que se destaca); si es una metonimia, el tipo de relación de contigüidad o cercanía (que puede ser física, pero también conceptual). En la sinécdoque será necesario observar cuál es la parte y cuál es el todo. Y debe advertirse, de nuevo, que la “parte” puede ser una cualidad, que se destaca, del conjunto de cualidades que conforman el todo. En cierto sentido, es reduccionista.
Las nociones de metáfora, metonimia y sinécdoque son productivas. Estos conceptos se emplean en psicología (destaca especialmente Jacques Lacan), en antropología cultural (así: Claude Lévi-Strauss y Mary Douglas. Existen metáforas no verbales). Y, por supuesto, en lingüística (especialmente, aparte de en la teoría del lenguaje literario, en la lingüística cognitiva y en la teoría del discurso).
Es especialmente interesante el uso de la metáfora en el discurso político. George Lakoff, coautor del libro Metáforas de la vida cotidiana, realiza un análisis, por ejemplo, de las metáforas empleadas para justificar la Guerra del Golfo.
Las metáforas pueden matar. Y destruir al adversario político: en España, es usual (últimamente) decir que “un político ha dado un patinazo”; que “está intentando arañar votos”; “que echa cortinas de humo”; “que hay que enterrar el pasado”, "que está acabado"; que determinado acto "ha sido 'un torpedo más' en 'la línea de flotación' de la credibilidad y la confianza de la economía española"; etc.
Las metáforas de la vida cotidiana, al destacar una cualidad, son reduccionistas, e implican aspectos ideológicos, y de manipulación del receptor del acto comunicativo. Si alguien patina, será porque se ha equivocado; si alguien araña votos, será porque intenta salvarse a toda costa; si se debe enterrar el pasado, será porque ya no es importante; si hay un torpedo en la línea de flotación, será que alguien es suficientemente tonto (o suicida o malvado) como para dañarse a uno mismo (y, además, se emplea una metáfora de tipo militar). Las metáforas son eso, metáforas: formas de ver el mundo de las personas que las emplean.
Corresponde al receptor de la comunicación comprender no ya sólo el mensaje, sino las razones del mensaje. Existe un refrán que dice, "dime con quien andas y te diré quien eres": ciertamente. Pero también: "dime cómo hablas, y te diré quién y cómo eres, y lo que quieres". Y lo que quieres que yo quiera.